Skip to content

Votos matrimoniales sin pronunciar, nietos nunca conocidos y una guerra que terminó a trompicones: Cómo medir los 20 años desde el 11 de septiembre

Author
UPDATED:

¿Qué puede pasar en el transcurso de dos décadas?

Tu ser querido puede irse por la mañana para no volver nunca —y tú puedes seguir con nuevos empleos, hogares y compañeros—, y aun así esa persona seguirá en tu vida, aunque en ausencia en lugar de presencia.

Puedes desplegarte en una guerra que contaba con un apoyo generalizado, hasta que dejó de tenerlo, y ahora ver desde casa cómo termina con amargura, derroche de sangre y el enemigo, una vez derrotado, retomando el país.

Y se puede pasar de vivir en un Estados Unidos que, ante el terrorismo global, se quitaba los zapatos de buena gana para subir a los aviones, pero que ahora, en medio de una amenaza aún más letal, no se pone de acuerdo para llevar tapabocas o vacunarse.

El 20? aniversario de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 llega a un país enormemente alterado en aspectos que van desde lo personal hasta lo general, y que sigue lidiando con las secuelas de aquel día demoledor incluso mientras lucha contra nuevos desafíos.

“Después del 11 de septiembre, los estadounidenses se unieron en torno a la bandera”, dijo William Braniff, investigador de la Universidad de Maryland, College Park, sobre el terrorismo. “Obviamente, ahora no estamos ahí en nuestra política interna”.

Casi tres mil personas murieron esa mañana cuando secuestradores tomaron cuatro aviones. Los atacantes estrellaron los aviones contra las torres gemelas del World Trade Center en Nueva York, el Pentágono en las afueras de Washington y, tras la rebelión de los pasajeros y la tripulación, contra un campo en Pensilvania. Los atentados desencadenaron una guerra, librada primero en Afganistán, país albergaba al grupo Al Qaeda que estaba detrás del terrorismo, y luego en Irak.

La conmoción del 11 de septiembre permanece viva.

Una nueva normalidad

“Fue algo aterrador”, dijo Laura Nelson, entonces empleada de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) en Fort Meade. “Cambió a todos y a todo de alguna manera”.

Estaba en la mitad de una carrera de 37 años que Nelson, ingeniera eléctrica de formación, solo puede decir que implicaba la recopilación de datos. Tras escuchar que un avión se estrelló contra el World Trade Center, Nelson corrió al único lugar donde sabía que había un televisor: la sala de descanso. Nelson dijo que los trabajadores de la NSA no tenían mucho acceso a los medios de comunicación externos, en parte para proteger sus redes internas.

Como no se sabía qué más podía ser un objetivo, se ordenó al personal que evacuara. Al día siguiente, ya se había establecido una nueva normalidad: habitualmente estaba en su despacho a las 7 a.m., pero se encontró con seguridad adicional y una larga fila para entrar.

Al año siguiente, Nelson se trasladó a un puesto de la NSA en la CIA, algo que probablemente no habría hecho de otro modo, dado el trayecto de 50 millas desde su casa de Severna Park. Esto cambió su trayectoria profesional. Dejó la agencia como alta ejecutiva en 2018.

Ahora es presidenta y directora ejecutiva de la National Cryptologic Foundation, que apoya al museo de la NSA y promueve su historia y su misión a través de programas educativos, y sigue estando orgullosa del trabajo que ella y sus colegas hicieron después de los atentados, cuando “todos los motores estaban encendidos y todos nos movíamos en la misma dirección”.

“Teníamos una misión realmente difícil”, dijo Nelson, “y lo hicimos lo mejor que pudimos en esas condiciones”.

‘En un día hermoso’

A menudo, cuando la gente piensa en el 11 de septiembre, recuerda la belleza del tiempo en la Costa Este ese día: el aire fresco de principios de otoño, el cielo brillantemente azul. El hecho de que este telón de fondo se viera tan violentamente perforado por las bolas de fuego anaranjadas y el humo oscuro que salía de los lugares del accidente, aumentaba la incredulidad de todo ello.

“Realmente supimos, literalmente, que en un día hermoso, el más hermoso, a la gente buena le pueden pasar cosas malas”, dijo John Milton Wesley, de 72 años, cuya prometida era pasajera en el avión que se estrelló contra el Pentágono. “Era una de las mejores personas que he conocido en mi vida”.

Sarah M. Clark, de 65 años, madre de dos hijos mayores, era profesora en una secundaria de Washington. Acompañaba a un estudiante seleccionado para asistir a una expedición de la National Geographic Society en Santa Bárbara, California. Justo antes del viaje, ella y Wesley buscaron un lugar para su boda, prevista para el 22 de diciembre de 2001.

John Milton Wesley detrás de su teclado y con una foto de Sarah M. Clark en su residencia, reflexionando sobre cómo su prometida murió en los ataques del 11 de septiembre de hace 20 años. La foto es del 31 de agosto de 2021.
John Milton Wesley detrás de su teclado y con una foto de Sarah M. Clark en su residencia, reflexionando sobre cómo su prometida murió en los ataques del 11 de septiembre de hace 20 años. La foto es del 31 de agosto de 2021.

Durante los cinco años siguientes, Wesley no pudo soportar cambiar nada en la casa de Columbia que compartía con Clark, con quien cantaba en el coro de una iglesia. Wesley volvió a componer e interpretar “for my healing”, como dijo al público en un reciente concierto en An Die Musik en Baltimore. Tocando dos teclados y acompañado por un percusionista, cantó melodías alegres y baladas románticas y melancólicas.

Ahora es el portavoz de la Baltimore’s Office of Equity and Civil Rights, Wesley se mudó a una nueva casa y tiene una nueva compañera. Pero conserva una foto de Clark y su alumno pasando por el control de seguridad del aeropuerto internacional de Dulles el 11 de septiembre.

Wesley asistirá, como casi todos los años, a la conmemoración anual en el Pentágono, donde se recuerda a cada una de las 184 víctimas.

‘El tiempo que ha pasado’

Christine K. Fisher, del Condado Montgomery, ha participado todos los años. Le reconforta el reconocimiento de su marido y el vínculo que siente con otros que perdieron a sus seres queridos en el Pentágono. Tras el acto de este año, organizará una reunión con familiares, amigos y colegas de Gerald P. Fisher.

Su marido, de 57 años, era consultor de Booz Allen Hamilton. Junto con dos compañeros de trabajo, se reunió en el Pentágono con el teniente general Timothy J. Maude, jefe adjunto del Estado Mayor del Ejército, y el militar de más alto rango que murió en el ataque.

Christine Fisher se dio cuenta recientemente de que lleva ya unos dos meses más sin su marido que con él. Los dos hijos  de él un matrimonio anterior, a quienes ella ayudó a criar, han tenido cinco hijos entre los dos.

“Eso da la medida del tiempo que ha pasado”, dijo Fisher, “y de lo que se ha perdido”.

Christine K. Fisher, de Bethesda, Maryland, perdió a su esposo, Gerald P. Fisher, de 57 años, en el ataque del 11 de septiembre al Pentágono. Su esposo era consultor de Booz Allen Hamilton que estaba con dos compañeros de trabajo reunidos con el teniente general Timothy J. Maude, subjefe de personal del ejército, el 2 de septiembre de 2021.
Christine K. Fisher, de Bethesda, Maryland, perdió a su esposo, Gerald P. Fisher, de 57 años, en el ataque del 11 de septiembre al Pentágono. Su esposo era consultor de Booz Allen Hamilton que estaba con dos compañeros de trabajo reunidos con el teniente general Timothy J. Maude, subjefe de personal del ejército, el 2 de septiembre de 2021.

Esa mañana lo llamó desde su oficina en la empresa de diseño de interiores de la que eran propietarios para decirle que las rosas que le había enviado por su cumpleaños el 10 de septiembre habían llegado por fin, y que eran preciosas. Le saltó el buzón de voz y, al difundirse la noticia de los atentados, no pudo contactarse con él.

Aun así, mantuvo la esperanza de que, en un edificio tan grande, lo más probable era que él sobreviviera. Esa noche, el jefe de su marido llegó a su casa con la noticia, un momento que ella recuerda como surrealista y totalmente clarificador.

“En una fracción de segundo, mi vida cambió y nunca volvió a ser la misma”, dijo Fisher.

Recuerda lo sola que se sintió después de que su padre, que había pasado cinco semanas con ella, volviera a casa. Desde entonces, él murió, al igual que su pareja de 12 años, y ella tiene una nueva relación.

La experiencia del 11 de septiembre la unió más profundamente a sus hijastros.

“Tengo suerte de tenerlos”, dijo Fisher, que no quiso dar su edad. “Desarrollamos una relación muy estrecha debido a lo que pasó, y siempre estoy ahí para ellos”.

Fisher ha participado activamente en algunos de los grupos de familiares que han abogado por los memoriales, por la reparación, por las respuestas. Mientras que la gran mayoría de las familias aceptaron los pagos de un Fondo de Compensación de Víctimas creado por el Congreso, Fisher estuvo entre las que rechazaron lo que consideró una oferta “decepcionante” que, según ella, infravaloraba la vida de su marido.

Se unió a una demanda que pretendía responsabilizar a las aerolíneas y a otras empresas de que los secuestradores subieran a los vuelos. Los demandantes llegaron a un acuerdo por una suma no revelada que su abogado, Keith S. Franz, con sede en Towson, describió como “múltiplo” de lo que el fondo habría pagado. Más que el dinero, dijo Franz, las familias ganaron la rendición de cuentas y la seguridad de las aerolíneas ha mejorado enormemente.

Algunas familias y supervivientes del 11 de septiembre están demandando también a Arabia Saudita y presionando al presidente demócrata Joe Biden para que haga públicos documentos clasificados que, según ellos, podrían proporcionar información sobre los vínculos entre ese país y los secuestradores.

A Afganistán y de vuelta, otra vez

Incluso sin estos esfuerzos por ofrecer una imagen más completa de lo que ocurrió hace 20 años, las secuelas del 11 de septiembre son tan ineludibles como la actual cobertura informativa sobre el regreso de Afganistán al control de los talibanes.

Para veteranos como Scott Goldman y Nick Culbertson, los acontecimientos han desencadenado múltiples llamadas telefónicas entre aquellos con los que prestaron servicio.

“Es como ponerse al día con alguien en un funeral”, dijo Goldman, de 39 años.

Formó parte del Cuerpo de Abogados del Ejército (JAG), que trabajó con las fuerzas del orden y los fiscales para detener y encarcelar a los insurgentes. Ver cómo los talibanes liberan a los prisioneros como parte de su toma de poder, dijo Goldman, “ha sido bastante duro”.

Aun así, dijo, “no siento que el esfuerzo haya sido en vano. Incluso con la fuerza bruta no se puede deshacer todo”.

Scott Goldman fotografiado en un campo de girasoles en el vecindario de Broadway East que fue plantado por The 6th Branch, un grupo local de veteranos militares que usan sus destrezas para reconstruir comunidades en desventaja.
Scott Goldman fotografiado en un campo de girasoles en el vecindario de Broadway East que fue plantado por The 6th Branch, un grupo local de veteranos militares que usan sus destrezas para reconstruir comunidades en desventaja.

Ver la caída de Afganistán hace que su trabajo actual sea aún más significativo, dijeron.

Goldman es el director ejecutivo y Culbertson miembro de la junta directiva de The 6th Branch, una organización sin ánimo de lucro de Baltimore dirigida por veteranos de la guerra de Afganistán e Irak que utiliza las habilidades aprendidas en las fuerzas militares. Con grupos comunitarios como la New Broadway East Community Association y voluntarios, emprenden proyectos en East Baltimore, desde la limpieza de la basura en los terrenos baldíos hasta la creación de parques infantiles y espacios verdes.

“No puedo arreglar Afganistán”, dijo Goldman, “pero todos podemos dedicarnos a trabajar en casa”.

Culbertson, que cursaba el décimo grado el 11 de septiembre, se alistó en 2004 para pagarse la universidad tras la muerte de su padre. Pudo ir a la Johns Hopkins University y luego fundó una empresa de software, Protenus.

Culbertson, de 37 años, prestó servicio en los Boinas Verdes del Ejército, ayudando a entrenar a comandos afganos. Ha tenido “sentimientos de todo tipo” al pensar en su servicio y en cómo acaba de terminar la guerra.

“Hay orgullo por el éxito que tuvimos, pero también hay arrepentimiento y vergüenza y decepción por lo que pasó”, dijo. “Es una situación con muchos matices: ¿Qué hay que aprender de ella? ¿Debimos haber estado allí desde el principio? ¿Qué hemos hecho en estos 20 años?”

Amenazas a la patria

Desde el 11 de septiembre, otros se han hecho también esas preguntas. Algunos investigadores dicen que la misión en Afganistán perdió el rumbo, sobre todo después de que Estados Unidos invadiera Irak, y los estadounidenses dejaron de prestar atención.

“Estábamos librando una guerra limitada en Afganistán, y los talibanes estaban librando una guerra total”, dijo Braniff, el profesor de la Universidad de Maryland, que también dirige el Consorcio Nacional para el Estudio del Terrorismo y las Respuestas al Terrorismo, o START. “No nos sacrificábamos en casa. No teníamos lunes sin carne. La población civil no ha tenido que sintonizarse”.

START fue fundado por otro profesor de Maryland, Gary LaFree, y mantiene una base de datos mundial sobre terrorismo. Contiene más de 200 mil sucesos que se remontan a 1970, una línea del tiempo del terror infligido por diversos grupos e individuos.

En algún momento (los investigadores pueden tardar varios años después de un atentado en reunir los datos para una entrada), LaFree espera “casi con toda seguridad” que el equipo de investigación añada la insurrección del 6 de enero en el Capitolio de Estados Unidos por parte de los partidarios del ex presidente Donald Trump que intentaron detener la certificación de la elección de Biden.

LaFree anticipa que habrá represalias, pero dijo que cree que encaja en los criterios, que incluyen el uso de la violencia por parte de actores no estatales por razones políticas o de otro tipo. El hecho de que algunos, incluso titulares de cargos públicos, traten de dar un giro positivo al 6 de enero muestra hasta qué punto Estados Unidos ha caído en un partidismo tóxico, dijo LaFree.

“Una minoría bastante decente de representantes [de Estados Unidos] piensa que fue un acontecimiento patriótico”, dijo. “Me preocupa mucho para el futuro de la democracia que no podamos ponernos de acuerdo sobre los hechos”.

Según él y otros, es especialmente consternador que las divisiones políticas infecten ahora la respuesta a la pandemia del coronavirus.

Un grupo de estudiantes escuchan en 2015 al profesor Michael Greenberger en la facultad de derecho de la Universidad de Maryland, Baltimore.
Un grupo de estudiantes escuchan en 2015 al profesor Michael Greenberger en la facultad de derecho de la Universidad de Maryland, Baltimore.

“El mundo es un lugar terriblemente peligroso en estos días”, dijo Michael Greenberger, un profesor de derecho que fundó el Centro de Salud y Seguridad Nacional de la University of Maryland, Baltimore, después de los ataques del 11 de septiembre y es su director.

El centro ayuda a los organismos gubernamentales a planificar las emergencias. Inicialmente iba a centrarse en la seguridad nacional, pero añadió la “salud” a su misión para incluir a la facultad de medicina, dijo Greenberger. Esto ha resultado ser muy oportuno, ya que han surgido amenazas como el ébola, el ántrax y el COVID-19.

Cambiar y recordar

Pese a la multiplicidad de amenazas, dijo que Estados Unidos está mejor preparado que hace 20 años, ya que ha aprendido a coordinarse mejor entre organismos, a nivel local y federal. Ya se trate de terrorismo internacional o nacional, de ciberataques o de emergencias meteorológicas provocadas por el cambio climático, “en los últimos 20 años se ha hecho un gran esfuerzo para planificar cómo responder eficazmente”, dijo Greenberger.

“Eso no existía el 11 de septiembre”, dijo.

John Milton Wesley sostiene una porción de los anteojos triturados de Sarah M. Clark, recuperados junto con sus boletos de avión, bolso y billetera. Su prometida murió en los ataques del 11 de septiembre hace 20 años.
John Milton Wesley sostiene una porción de los anteojos triturados de Sarah M. Clark, recuperados junto con sus boletos de avión, bolso y billetera. Su prometida murió en los ataques del 11 de septiembre hace 20 años.

A medida que se acerca la “importante marca” del 20? aniversario, Fisher dijo que le entristece que un país que en su día se vio “animado” por los atentados se haya dividido.

Desea volver al Pentágono para este aniversario, después de que el evento de 2020 se celebrara de forma virtual debido a la pandemia. Espera que las conmemoraciones continúen en los próximos años.

“Una de las frases que siempre se escucha es: ‘Nunca olvidaremos'”, dijo. “Y no lo haremos”.

Originally Published: